Desde el ojo de Sartre: Libertad
y Prójimo
El ojo que ves,
no es ojo por que lo veas,
es ojo porque te ve.
Antonio Machado.
Me he permitido usar de modo transversal a mi texto una anécdota, más aun, cuando mi reflexión se enfoca en una filosofía de la existencia.
Días atrás cuando comenzaba este texto, después de haber estudiado durante algún tiempo la historia de la filosofía, un estudiante me preguntaba: ¿por qué a Platón se le habría ocurrido –esa fue su palabra- hablar de dos mundos?, una pregunta difícil, dije, al momento de tratar de reflexionar junto con el estudiante sobre el asunto, nos detuvo una interrupción. Marina, una estudiante que me sobrepasa en edad, entró. Dejó a su hijo afuera. La cara entre rosa, roja y púrpura, dos golpes sobresalían del lado izquierdo de su frente y una mano en su costado derecho. Despeinada y con un tapabocas; los labios debajo, deshechos.
No puedo asistir a su clase –dijo- no esperaba obviamente que le preguntara por qué, ella sabía que su presencia me haría embestirla con mi lluvia de preguntas sobre su estado.
Platón y sus mundos quedaron olvidados, el estudiante con el que platicaba salió enseguida. Prevaleció la existencia, el instante. El relato comenzó: su esposo había decidido propinarle una golpiza por “descocada”. Marina se fue al Médico aunque agregué antes de su salida que más tarde podríamos hablar. Sólo dije una palabra: denuncia.
Silenciosa y con un leve temblor en la víscera, volví a mi computadora, pero mi cabeza rodó hacia los actos relatados por Marina. Sólo pensé ¿actualidad de Sartre? sí, he aquí.
Marina no denunció. Las razones: son ya muy conocidas, recordaré algunas que se tornan ya frases hechas: “no voy a poder sola”, “es mi marido” “yo no tengo trabajo”, “tengo miedo” y la que me dejó callada: “en realidad es bueno, sólo que a veces se le pasa la mano”
Ante lo dicho ¿cómo no reflexionar de nuevo y por siempre, sobre la libertad y el prójimo? En todo existir se implica la otredad, la alteridad nos acota con sus diversos significantes todos los días, el otro se torna mi punto de vista, la inquietud viene cuando la inminente presencia del otro nos des-cubre y des-cubre sus propios fines.
no es ojo por que lo veas,
es ojo porque te ve.
Antonio Machado.
Me he permitido usar de modo transversal a mi texto una anécdota, más aun, cuando mi reflexión se enfoca en una filosofía de la existencia.
Días atrás cuando comenzaba este texto, después de haber estudiado durante algún tiempo la historia de la filosofía, un estudiante me preguntaba: ¿por qué a Platón se le habría ocurrido –esa fue su palabra- hablar de dos mundos?, una pregunta difícil, dije, al momento de tratar de reflexionar junto con el estudiante sobre el asunto, nos detuvo una interrupción. Marina, una estudiante que me sobrepasa en edad, entró. Dejó a su hijo afuera. La cara entre rosa, roja y púrpura, dos golpes sobresalían del lado izquierdo de su frente y una mano en su costado derecho. Despeinada y con un tapabocas; los labios debajo, deshechos.
No puedo asistir a su clase –dijo- no esperaba obviamente que le preguntara por qué, ella sabía que su presencia me haría embestirla con mi lluvia de preguntas sobre su estado.
Platón y sus mundos quedaron olvidados, el estudiante con el que platicaba salió enseguida. Prevaleció la existencia, el instante. El relato comenzó: su esposo había decidido propinarle una golpiza por “descocada”. Marina se fue al Médico aunque agregué antes de su salida que más tarde podríamos hablar. Sólo dije una palabra: denuncia.
Silenciosa y con un leve temblor en la víscera, volví a mi computadora, pero mi cabeza rodó hacia los actos relatados por Marina. Sólo pensé ¿actualidad de Sartre? sí, he aquí.
Marina no denunció. Las razones: son ya muy conocidas, recordaré algunas que se tornan ya frases hechas: “no voy a poder sola”, “es mi marido” “yo no tengo trabajo”, “tengo miedo” y la que me dejó callada: “en realidad es bueno, sólo que a veces se le pasa la mano”
Ante lo dicho ¿cómo no reflexionar de nuevo y por siempre, sobre la libertad y el prójimo? En todo existir se implica la otredad, la alteridad nos acota con sus diversos significantes todos los días, el otro se torna mi punto de vista, la inquietud viene cuando la inminente presencia del otro nos des-cubre y des-cubre sus propios fines.
Una conciencia que “no soy” está y prevalece, significaciones que yo no “hice” o “puse”, están. Eso que me aqueja y conflictúa es el prójimo. Un mundo hay ya plagado de significados y no han dependido de mi elección. La pregunta es: estos significados ya puestos por otros ¿son, de alguna manera, muros a mi libertad? ¿Me someten?.
Vemos el mundo a través de lo que hacemos, la libertad parecería quebrarse ante lo impuesto. Si algo se me impone ¿Cómo es que soy libre?. Lo impuesto es lo que Sartre llama una “técnica colectiva”, lo ya dado. Técnicas colectivas son: saber caminar, saber hablar, saber distinguir lo verdadero de lo falso etc,. Así, el mundo se ha definido sin mí, yo no elaboré dichos significados, cuando llegamos al mundo, muchas cosas ya estaban dichas e impuestas. Esto nos revela la otredad.
El mundo se mira manifestando técnicas y más técnicas que yo no elegí y ello configura una variedad de sentidos que se me oponen. En “Eróstrato” esto es claro, el personaje reclama que haya ya un sentido colectivo en algunos asuntos y que estos lo determinen:
Vemos el mundo a través de lo que hacemos, la libertad parecería quebrarse ante lo impuesto. Si algo se me impone ¿Cómo es que soy libre?. Lo impuesto es lo que Sartre llama una “técnica colectiva”, lo ya dado. Técnicas colectivas son: saber caminar, saber hablar, saber distinguir lo verdadero de lo falso etc,. Así, el mundo se ha definido sin mí, yo no elaboré dichos significados, cuando llegamos al mundo, muchas cosas ya estaban dichas e impuestas. Esto nos revela la otredad.
El mundo se mira manifestando técnicas y más técnicas que yo no elegí y ello configura una variedad de sentidos que se me oponen. En “Eróstrato” esto es claro, el personaje reclama que haya ya un sentido colectivo en algunos asuntos y que estos lo determinen:
Soy libre de que me guste o no la langosta a la americana, pero si no me gustan los hombres, soy un miserable y no puedo encontrar mi sitio en el mundo. Ellos han acaparado el sentido de la vida. Espero que comprenda lo que quiero decir. Hace treinta años que tropiezo contra puertas cerradas sobre las cuales han escrito: “Nadie entre aquí si no es humanitario” […] No llegaba a separar de mí, a formular, los pensamientos que no les destinaba expresamente […] Sentía que eran suyos los mismos útiles de que me servía, las palabras por ejemplo: hubiera querido palabras mías. Pero aquellas de las que dispongo se han arrastrado en no se cuantas conciencias.[1]
Ahora bien, aquello que me aparece en el mundo como ya dado, ¿está ya dado y es inmóvil o adquiere nuevo significado dependiendo del contexto y las acciones?
Ahora bien, aquello que me aparece en el mundo como ya dado, ¿está ya dado y es inmóvil o adquiere nuevo significado dependiendo del contexto y las acciones?
[1] Sartre, J,P, El Muro, p.p. 118, 119
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