miércoles, 20 de febrero de 2013

eL idEaL moRaL a traVés de QuiJotE




Cuando el espíritu se eleva,
                                                                                                                                                               el cuerpo se arrodilla.
 Lichtenberg.



¿A cuántas reflexiones nos lleva una obra como el Quijote? sin duda a todas, a las que han devenido y a las que faltan. Hagamos algunas más. Cervantes nos da una cosmovisión, su obra la integra, como integra tantos hallazgos no intencionados. La polisemia del Quijote ha durado siglos.
Pensemos en aquel de la triste figura en su andar por el mundo. Podríamos comenzar por preguntar ¿qué sentido tiene el andar quijotesco? quizá se trate del absoluto anhelo de la mejora del destino, del alcance infinito de ideales, pero si es así, se trata de una actitud idealista que se enfoca en el esfuerzo y no en el éxito. Este personaje se esfuerza por alcanzar el bien no importando cual sea el resultado. Existe en el Quijote un esfuerzo ético radical, una sed inmensa de hacer las cosas como se “deben hacer”. El meollo del Quijote no está en el pensar sino en el actuar, actúa como un loco, pero esto no implica que piense como tal.
El Quijote vive en una  sub-realidad, una realidad que él mismo se ha inventado, abandonando lo que heredó para alcanzar lo que ha elegido ser, y  lo que ha elegido ser se subsume al hemisferio de los ideales. Así, las instituciones sociales, la tradición, el sistema de convenciones, etc., sólo poseen la realidad que se les reconoce. Don Quijote se abalanza en cuerpo y mente al ideal, esto, al servicio del bien. Lucha sin importarle el triunfo o la derrota mientras el objetivo derive en un bien. Su discurso ético está bien fundamentado pero su aplicación no es la adecuada. En el capítulo XXII el Quijote da libertad a un grupo de malhechores, pero fundamenta su acción en normas morales. Al enterarse que van por fuerza y no por voluntad dice:

“Pues aquí encaja la ejecución de mi oficio: socorrer a los miserables”[1]

Y argumenta en favor de una perspectiva moral:

“-es duro caso hacer esclavos a los que Dios hizo libres”[2]

El Quijote manifiesta una postura ética en su discurso, cada vez que dirige las acciones de Sancho le manda hacer lo que “debe de hacerse” en tal o cuál situación.

En la aventura “del polvo”este discurso se hace manifiesto:

-en eso harás lo que debes, Sancho –dice don Quijote-; porque para entrar en batallas semejantes no se requiere ser armado caballero

Podríamos decir que se trata de un héroe triste porque está fuera de contexto, pero él no se sabe triste, al contrario, goza de un optimismo radical ante su condición de caballero andante. Anacrónicas eran su modo de vida medieval y sus acciones, nunca sus ideas.
Aunque el Quijote sabe del traspies humano, del obstáculo que se le ha presentado, de la piedra en el camino, esto hace más apetecible lo ideal. El fracaso, el constante desencuentro con la realidad enaltece sus acciones, le dan mayor sentido. Para qué un caballero de tal altura, si el camino se mostrase accesible y sencillo, de ahí su orgullo opulento.
Cuando el Quijote embiste el primer molino, Sancho le recrimina el no haberle prestado atención en su advertencia de que no se trataba de un gigante, a lo que el Quijote responde: 

-que las cosas de la guerra más que otras están sujetas a continua mudanza, cuanto más que yo pienso, y es así verdad, que aquel Festón que me robó el aposento y los libros, ha vueltos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento; mas al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada[3]

En el mismo apartado también le dice a Sancho: “y si no me quejo del dolor es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna”[4]
El Quijote sabe de la contingencia y la singularidad de los actos humanos pero hay en él, indudablemente, una aspiración a la plenitud, a la verdad, al bien, a la belleza. Que éstas no empaten con la sub-realidad que el se ha planteado es cosa aparte.
En este personaje se hace patente la dialéctica existencial desamparo-plenitud, Angustia-esperanza. El Quijote va de lo uno a lo otro, va y viene del desamparo a la plenitud, pese a la total discordancia con su escudero y el mundo que le rodea, el Quijote ama el ideal, lo perfecto. Cada constructo que realiza en su cabeza es destruido por la vida misma. Sancho es el constante interventor que, de la mano del principio de realidad, se insubordina al mundo quijotesco. Pero sucede que el Quijote no se queda en esa realidad plateada por Sancho, sino que se da a la tarea de reconstruir su mundo, de nuevo, bajo el ideal. Justifica, refuta, discute, defiende, pelea; hace, cuanto sea necesario,  para seguir sostenido del ideal.
Así, se trata de una lucha entre el mundo fenoménico y el mundo ideal. El mundo fenoménico –el mundo de las cosas mismas- opone resistencia a la realización de los ideales quijotescos. Parecería una existencia trágica, que puede llegar a interpretarse como símbolo de la propia condición humana.
¿Acaso no podríamos ver en el Quijote una metáfora del pensamiento occidental en cuanto a la condición humana?  El pensamiento occidental ha pendido de las ideas más irrealizables: si alguien sabe de ideales es Occidente. La razón, la verdad, la belleza, se han establecido como arquetipos sobre todas las cosas. Había que controlar las pasiones, lo contingente, lo irracional, lo azaroso, ¿cómo? mediante la razón, lo verdadero, lo bueno. Ideales al fin, pues la razón se construyó a partir de la omisión de lo pasional, del azar; asuntos totalmente humanos. La existencia misma y su andar no fueron tomadas en cuenta.
Lo racional se ha planteado con esquemas tales que es difícil empatarlos con la realidad, el ser humano se autoafirma ser racional pero también pasional; vive la fortuna pero también el infortunio.
¿No será que el Quijote se nos plantea como ese pensamiento occidental que anhela la totalidad y la sobrepone –sin haberla alcanzado- a la condición existencial humana? Tal vez divago. Así como todo el pensamiento estrictamente lógico y racional se ha olvidado de la mismísima condición humana, cambiante, heterogénea, pasional etc., al Quijote, su pensar no le encaja con la realidad. Cada vez que el personaje sufre un desencuentro con ella se provoca una toma de conciencia acerca de su condición, de sus limitantes, pero no por ello pierde de vista el ideal, ese, sigue en su lugar. Al seguir ese ideal presente lo que sucede es que enfrenta la realidad con optimismo, con un no pasa nada.
Con el pensamiento no sucede lo mismo, históricamente, cuando un ideal se desvanece, cuando el sueño de la razón se despierta, el pensamiento busca nuevos poros ideales o, por el contrario, como ha sucedido en el siglo XX, después de tanto desencanto ante los ideales racionales, se comienza a mirar de forma más realista al ser humano.
El Quijote prefiere lo pintado, a lo vivo, lo real es ignorado hasta que recupera la razón. Asomemos aquí una reflexión acerca de la lectura ¿se critica o se elogia la lectura?, parecería  que Alonso Quijano siempre prefirió lo irreal, pues enloqueció de tanto leer, pero a la vez, el texto del Quijote parece atraparnos desde el inicio para seguir leyendo
El Quijote se torna un ser metafísico en cuanto no obedece a lo físico, a lo vivo, a lo que se mueve, no vive el mundo fenoménico. Pero, a fin de cuentas, qué pasaría si nos fuéramos al extremo de pretender quedarnos sólo con lo experiencial, quizá no atenderíamos a preguntas metafísicas como ¿qué es la vida?, ¿qué es la muerte?, ¿qué es el bien? etc., preguntas que vienen del asombro del hombre ante la realidad inmediata.
Con el Quijote en mano y después de estas breves reflexiones, podemos encontrar respuestas a preguntas metafísicas: ¿qué es el mundo? tu propia invención, todo aquello que tu hagas del mundo obtendrá el sentido de mundo, como aquel perspectivismo nizscheano ¿qué es el hombre? un constructo de corazón y cabeza, de intuición y razón, que va de lo real a lo ideal y de lo que es, a lo que debe ser. El hombre es el ser cuya esencia es el vivir, el obrar y el querer aunque se trata de un vivir, obrar y querer que vagabundea entre lo angustioso y lo apasionado. ¿Qué es la vida? quizá ese proceso de actos apasionados, inquietantes, donde el hombre -mediante su anhelo de ser, de forjar un mejor destino y su persecución de ideales- le dota de sentido.



[1] Cervantes, M,  El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, p.108
[2] Ibíd., p.111
[3] Ibíd., p. 43
[4] Ibíd., P. 44

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