martes, 29 de mayo de 2012

c.C.




La conciencia crítica no se construye de un día a otro, ni en una sola plática, ni en medio de los prejuicios y estereotipos que nos subyugan. La conciencia crítica no se impone al otro, no se enseña en una clase o dos. La conciencia se revela, hace ver a unos lo que otros no ven. Cuando ves lo que otros no ven entonces serás loco, impertinente, desarraigado.
¿Pero acaso el loco no mira mejor? se ha deshecho de los vicios al pensar, de los juicios preestablecidos, del velo que le cubría el rostro. El loco revela un mundo que nadie ve pero que existe. El loco abusa de un traspiés cuestionador, apunta y profundiza en todo lo que ve, parece un ser impertinente y absurdo ante los ojos del que dice poseer las verdades establecidas. El loco pertenece al reino del desarraigo porque pretende negar la realidad para transformarla. No a gusto con lo que es, el loco quisiera probar lo que aun no es.
Mejor la locura que esta cordura que nos miente y nos hace mentir, que nos violenta, que nos subyuga y hace que dominemos al otro, mejor una locura libertaria ante el desfile de la cordura que deja impune lo inhumano. 
La conciencia crítica revela una locura necesaria, un ojo siempre abierto, una vigilancia diaria de lo humano que se vuelve ajeno. Actualmente, los estudiantes demuestran que la conciencia crítica emerge de un proceso lento pero intenso, revelador, profundo.

Lunaica S.

miércoles, 9 de mayo de 2012

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Eres cuerda, traslúcida, cilíndrica, atada. Tu brillantez se manifiesta estática, tan recta y dura como el pulgar que se atreve a recorrerte y retorcerte. Te reflejas a la luz y sueles emitir el sonido más tenue o más tímbrico, eres el sonido que absorbe mis pies y mi ombligo. Soy ese orificio hecho a la madera, por el que te elevas y trasciendes. Eres esa recta conmensurada y musical que puede delinearse en corchea, sol o bemol, que aprisiona y desprende armonías en mi cuerpo. Tomas, como nadie, la pera de madera. La colocas, te insertas a ella o la adhieres a tu cuerpo. La retomas, la dejas. Nada hace que tu tensión desaparezca, siempre inconstante, siempre cuasiturbado, muchas veces retumbante. Despiertas conectado a amplficadores de ternura y te desconectas de facto prefiriendo distorsionar la voz y el tacto, para no sufrir la altivez del sonido flaco. No quiero ni tu sonido ni tocar tu corpórea cilindréz, prefiero tu efecto, tararear lo que resulte, percibir el olor que se desprenda de las notas, balancearme en la paz de tus vibraciones inconexas, huir de la cercanía y esperar a que llegue tu sonido a calmar el temblor de las cuerdas de mi fémur.