"Le Passage", Kay Sage, 1956.
Mis rodillas se atiesan cada tarde, levanto mis párpados, calambre de empeine, señal de que he despertado. Los ojos aun guardan las historias de ayer en la memoria. Ayer hice de una caricia despistada, mi bálsamo de hielo, deshilaché en mi gesto el desaire, desvanecí tu enfurecido paso sigiloso, fui presa de una enredadera que regué arduamente mientras lloraba. Fui una abreviatura, una abertura casi nula. El alma rebanada se mutaba en sólo una.
Aprendí, indagué en medio del despojo de verdades que inventé para creerlas. Sin embargo, no he de dejar de contarme las historias que me creo. Me miro siempre en otros cuentos. Me acuesto en este orden que origino. Mi cuerpo comienza su deshielo, el agua esclarece la percepción del andar ajeno. Ahora soy la frase que completa un poema que rebana el alma cada vez que es leído.