Hay una infinitud de calles laberinto recorriendo nuestro silencio, un silencio que se deshila en desaires rojos que trascienden el oído. Es el holocausto del alto. Aun si me detengo, me sigue deslumbrando el grito de tus manos, su mito, sus líneas alargadas, su blanca rectitud. Me duele nuestro aire cotidiano. En la debilidad de este paréntesis, ¡qué amarillo es el tiempo! no se si avanzar, me quedo demoliendo mi gesto palpitante, duda mi empeine derecho si moverse a la izquierda o la derecha, el talón me respeta. La belleza viene abusiva, lo verdoso vitamina el paso.
Qué más da la piel sobrante, los segundos de duda; la continuación del olvido está a la vuelta de la esquina.
Mi otra vida,
la conTraesQuiNa.