El poeta pone nombre a las cosas aunque sabe que hay cosas innombrables. Tiene que convertir el murmullo que escucha en su cabeza en una mancha de tinta sucesiva. El poeta no puede vivir con la hinchazón de sucesos que lo oprimen, los explota conviertiéndolos en letras. El poeta no busca verdades, sólo las imagina, no se detiene en la necedad sino en los instantes. El poeta no puede con esa espalda de la que le brotan flores, melancolías o desaires. El poeta no puede dormir si antes no ha visto al mar internarse en su cuerpo, no puede despertar si antes no sueña que despierta y ve el despegue de un aleteo de ave.
El poeta se desgarra y se tranquiliza cuando un sueño le quita el sueño, el poeta muere y revive cuando siente venir un tumulto de silencios o de voces que han de convertirse en su poesía.
El poeta se desgarra y se tranquiliza cuando un sueño le quita el sueño, el poeta muere y revive cuando siente venir un tumulto de silencios o de voces que han de convertirse en su poesía.