No hace mucho tiempo creía que el alma que me habitaba era menos tibia, que su templanza lo comprendía todo; que todo lo vigilaba. Mentira; dulce mentira, gélido mundo de percepción. Ni yo soy templanza, ni la realidad me es asequible en todas sus partes ni hay por qué habría de serlo. No tengo ni pedidas ni dadas las pisadas de la senda, no es mi espejo aquello que refleja, no soy yo la enorme sonrisa que sostiene sin pausa a mi rostro todos los días ni habré de serlo.
Hace algunas madrugadas que me da la impresión que no acabará de amanecer y miro mi flaqueza y mi vulnerabilidad entre las horas. Dónde he abandonado el gesto de dureza que prevalecía en mi cama, cuándo fue que me dejaron libre y al vaivén nocturno las estrellas que me guiaron. ¿Cuándo se desprendió la luna de la psique de Lunaica? ¿Cuándo fue que no logré dormir ni despertar?
Qué sigue, que dentro de unos días no recuerde ni mi nombre ni apellido, que en los próximos minutos termine por dejar entrar a la nostalgia y al llanto y que la locura venga a mostrarme sus rodillas y yo la escuche y la mire como si estuviera cuerda.